jueves, 19 de noviembre de 2009

El viento del karma


Estamos teniendo una sesshin (1) marcada por el viento y por la lluvia. Así como es fuera es dentro, y así como es dentro es fuera. El viento está asociado a la actividad, al karma. En la enseñanza budista se habla muchas veces del viento del karma. Karma es aquello que se mueve, aquello que actúa. Cuando el viento es fuerte fuera, todo se mueve también dentro. Las poblaciones que están sometidas a la presión continua de un determinado tipo de viento, tienen características propias. En algunos lugares se dice que las personas que viven allí están un poco locas, a causa del viento.

Cuando el viento se mueve, la mente tiene tendencia a moverse. El elemento aire es movimiento, inestabilidad. Puede que estos días de sesshin echemos un poco de menos una cierta consistencia o solidez en nuestra mente, en nuestras emociones y actitudes. Debemos poner conciencia en la interrelación de nuestro mundo subjetivo con el mundo objetivo, y viceversa. Podemos comprender que entre el mundo interior y el exterior no hay diferencias. Estamos íntimamente unidos, conectados, con todos los fenómenos del cosmos. El clima nos influye. A veces nos sentimos de una manera, otras de otra. Unas veces estamos alegres, otras sombríos. A veces activos, a veces perezosos. Nuestros estados de ánimo son el producto de nuestra interrelación con el mundo que nos rodea y también de nuestra propia predisposición interna. Cuando el viento sopla fuerte en una sesshin, la mente también se mueve, gira, crea remolinos internos. Hay que desarrollar mucha paciencia, mucha observación y distanciarse, de alguna forma, del movimiento de la mente a fin de no ser arrastrado por esta actividad.

Bien. Comencemos el teishô después de este preámbulo. Teishô es la enseñanza del maestro. Durante el teishô se espera que el maestro pronuncie algunas palabras. Hoy, el maestro está cansado de pronunciar tantas palabras. Hablar, hablar, hablar ... Blá, blá, blá ... Hoy sólo tengo ganas de decir baba, wawa ... baba, wawa ...

Enseñar el Zen con palabras es como querer atrapar el aire con un colador. Los seres humanos hemos creado el lenguaje. Hemos desarrollado una mente conceptual y simbólica. Hemos puesto nombre a muchos aspectos de la realidad y estamos tan absortos en nuestro invento que hemos olvidado que estos símbolos no son nada mas que símbolos y, de ninguna manera, la realidad.

No penséis que lo que dicen mis palabras es la verdad absoluta. Son simplemente pinceladas, ideas, conceptos, imágenes. Son dedos que señalan la luna, que no la luna en sí. Mis palabras no deben ser tomadas como la luna en sí. No obstante, de alguna forma, la labor del maestro es parecida a la de un escultor: de un trozo de granito o de piedra debe crear una bella forma a base de cinceladas, a base de martillazos. Un solo martillazo no puede hacer una escultura, pero muchos de ellos terminan por hacerla.

Cada teishô, cada enseñanza, es como un martillazo en la roca de la ignorancia. Cada martillazo aparta un trozo de incomprensión, un trozo de ideas erróneas. De esta manera va surgiendo la verdadera forma dentro de la naturaleza del discípulo.

A veces, cuando se enseña, hay que recurrir a la negación. Decir: no es ésto, no es aquello, no es por aquí, no es por allá. Estas negaciones son como martillazos que quitan pensamientos erróneos. No gastéis demasiada energía en adheriros fervientemente a lo que os digo. No rechacéis visceralmente tampoco lo que escucháis. Recibidlo sencillamente, sin más, como si estuvierais oyendo la lluvia que cae.

Considerad mis observaciones como hipótesis de trabajo, como sugerencias y, sobre todo, sentid lo que estas enseñanzas mueven dentro de vosotros. Miraos a vosotros mismos, observad vuestras propias reacciones. De esto se trata.

El koan (2) de esta sesshin es ¿cuál es el propósito de mi vida? Si durante este sesshin llegáis a descubrirlo, ya no necesitaréis practicar sesshin de segundo nivel. No necesitáis practicar sesshines de ningún nivel ya que todas las sesshines serán plenas y completas.

Estamos enfocándonos sobre el sentido de nuestra existencia. Acaba de salir el sol. Las gotas de lluvia suspendidas en las agujas de los pinos brillan como piedras preciosas. La vida, ¿tiene o no tiene algún sentido? En concreto, mi propia vida, ¿tiene o no tiene sentido?
A veces vivimos simplemente por vivir. Unas veces sentimos que nuestra vida tiene sentido, pero otras nos parece que no tiene sentido. ¿Cuál es verdad? Unas veces creemos estar fluyendo en una buena dirección, otras por el contrario nos da la sensación de que vamos en dirección prohibida, en dirección contraria. A veces sentimos que caminamos en circulo y, otras, sencillamente no sabemos dónde está el norte, el sur, el este, o el oeste.

Clarificar el sentido de nuestros actos, de nuestros pensamientos y de nuestras palabras es muy importante. Algunos científicos dicen que la vida no tiene ningún propósito, que es un accidente acaecido en la vastedad del universo. Dicen que el proceso de la vida está movido por el azar y la necesidad.

Desde el punto de vista del budismo, el azar no es más que ignorancia de la relación causa-efecto. Allí donde no vemos las causas de un efecto, decimos que se está manifestando el azar. Lo que en realidad ocurre es que sencillamente no sabemos cuáles son las causas de tales efectos. Y, en lugar de reconocer nuestra ignorancia, decimos que el azar se está manifestando.

El río Guadiana es conocido porque en su recorrido aparece y desaparece de la vista cuando se adentra en el interior de la tierra. Alguien que no sepa ésto y vea aparecer de pronto un río de las rocas, puede pensar que ese río está surgiendo de forma fortuita en ese momento. No obstante, aquellos que han explorado el río desde su nacimiento saben que se trata del mismo río que desaparece antes, en algún tramo de su recorrido. Estos pueden establecer una relación y una continuidad entre un tramo de río anterior a su ocultamiento en la montaña y el otro tramo en el que reaparece. Igual sucede con lo que nosotros llamamos azar. Esta idea de que la vida es fruto del azar y de la necesidad se ha extendido por muchas estractos sociales y ha influenciado a mucha gente. Uno de los eslóganes del movimiento punk es «non futur», no hay futuro. ¿Qué quiere decir ésto? ¿Qué están tratando de decir? Están diciendo que han perdido el sentido de la vida, la dirección, el rumbo, el propósito. Si no sabemos hacia dónde vamos, el futuro se vuelve borroso, inexistente.

Si no sabemos qué dirección dar a nuestro esfuerzo perdemos la determinación de realizar esfuerzo alguno. Siento que mucha gente vive sin dirección, sin rumbo. Se van quedando en la cuneta del progreso.

Es cierto que el actual sistema económico neoliberal, con su filosofía y cosmovisión inherentes, está marcando una cierta dirección: la de la pura supervivencia del más fuerte. Para este sistema, el más fuerte es quien tiene más éxito. Y el concepto de éxito es equiparado a renta per capita. Mucha gente está siguiendo esta dirección. El sistema capitalista neoliberal se está extendiendo por todo el mundo, impulsado por el imperio norteamericano y seguido en cohorte por la mayoría de las naciones, ricas o en vía de enriquecimiento. Para todas ellas, el sentido de la vida humana es la búsqueda del enriquecimiento material. Para ser ricos hay que producir riquezas. Y una vez producidas, las riquezas deben ser consumidas. De esta forma, el sentido de la vida que se propone es el de producir y consumir, producir y consumir. Se deduce de ello que cuanto más produzcas y más consumas, más sentido tendrá tu vida. Sin embargo, no es eso lo que vemos. La mayoría de la gente se siente prisionera de este engranaje, como un hámster dando vueltas en la noria de su jaula. El sentido que propone el neoliberalismo es el enriquecimiento por el enriquecimiento. Esto supone, en realidad, una gran pérdida de visión del sentido pleno de la vida humana. Hay mucha gente que no comulga con esta propuesta y son muy numerosos los que siguen esta dinámica infernal por la pura necesidad de sobrevivir, aunque en el fondo sienten que es una dirección errónea.

¿Cuánta gente va a trabajar cada mañana, toma el autobús o el metro, y se dirige a su oficina, a su puesta de trabajo, a su lugar dentro de esta gran cadena de montaje, o de este gran montaje en cadena? Miles, millones de personas lo hacen cada día. ¿Porqué, para qué? ¿Cuál es el sentido de sus vidas? ¿Cómo sienten el sentido de sus vidas?

No está de moda el preguntarse sobre el sentido de la vida. No es algo que sea favorecido por los poderes establecidos. No es algo que la televisión aliente, mas bien se alienta lo contrario: «No te preocupes de nada, no pienses, no reflexiones. ¡Trabaja! ¡Gana dinero y gástatelo en lo que más te apetezca!» Y al día siguiente vuelve a trabajar, gana más dinero y gástatelo en lo que más te apetezca. Y ya está. Este es el no-sentido de la vida. La mayoría de los medios de (in)comunicación están enfocados en la tarea de narcotizar en este sentido a la población productivista-consumista. Se trata de que nadie pueda reflexionar ni hacer preguntas. Especialmente la pregunta ¿cuál es el sentido de mi vida?

Si estos millones de personas pudieran pararse, si tuvieran la libertad de poder parase y, por un momento, preguntarse por el sentido de sus vidas, la maquinaria de producción-consumo se colapsaría automáticamente.

En el entorno social y cultural en el que nos encontramos hay una tendencia general a reprimir la necesidad de sentido que los seres humanos tenemos. No es de buen gusto. No es productivo. No te hace rico. Nosotros, buscadores de la Vía, vivimos en este entorno socio-cultural y recibimos también esta influencia, nos demos cuenta o no de ello. Nosotros que, de alguna forma, estamos comprometidos con una vía de despertar espiritual, debemos permanecer atentos. Necesitamos clarificar el propósito de nuestra existencia. ¿Dónde podemos encontrar el sentido de nuestra vida? En nuestro propio corazón. Cada ser humano lleva inscrito en su propio corazón el propósito de su existencia. ¿Cómo conectar con nuestro propio corazón? Zazen es la respuesta. Gracias a la práctica de zazen, a la poderosa interiorización que genera, podemos hacernos íntimos con nosotros mismos y sentir desde lo más profundo de nuestra subjetividad la dirección que queremos darle a nuestra corta existencia.

Ninguna ideología, ningún sistema religioso o filosófico puede darnos un verdadero sentido de la vida. Esto es algo que sólo podemos descubrir vivencialmente en nosotros mismos, por nosotros mismos. Las filosofías, las religiones y las ideologías pueden ayudarnos a clarificar nuestra percepción. Pero la asunción ciega e irreflexiva de unas premisas ideológicas, sean cuáles sean, no pueden sernos de verdadera ayuda.

El sentido de la vida es algo intangible. Es una actitud, un estado de conciencia que hace que nuestros actos, pensamientos y palabras se vuelvan verdaderos, auténticos y reales para nosotros mismos. Necesitamos autenticidad. Necesitamos sentirnos auténticos en nosotros mismos.

En la medida en la que clarifiquemos el sentido de nuestra vida nos sentiremos más y más felices y estaremos cada vez más en paz con nosotros mismo. La verdadera felicidad surge del sentimiento de autenticidad, del sentir que uno está haciendo lo que tiene que hacer. ¿Qué es lo que uno tiene que hacer? He aquí una buena pregunta.

Nuestros padres nos dijeron que teníamos hacer esto o aquello; nuestros profesores nos dijeron que teníamos que ser así o asao; nuestros instructores militares nos dijeron lo que teníamos que sentir sobre la patria; nuestros jefes, nuestros gobernantes, los poderes que rigen nuestra vida, nuestros asesores espirituales, confesores, etc. nos dicen que tenemos que hacer esto o lo otro.

Resultado de todo ello es que ahora somos el fruto de un conjunto de ordenanzas introyectadas. Somos productos de aserciones venidas desde el exterior de nosotros mismos. Todos estos patrones constituyen lo que Freud y los psicoanalistas llaman superego.

En el proceso de despertar y de maduración personal, uno tiene que tomar conciencia de ésto, plantarse y preguntarse ¿qué es lo que yo siento que tengo que hacer desde el fondo de mí mismo?

¿Cómo podemos saberlo? A través de zazen. Gracias a la práctica de zazen nos hacemos íntimos con nosotros mismos, dejamos de estar enajenados (literalmente: dominación de lo «ajeno» en nuestro mundo interno). Durante zazen nos sentimos a nosotros mismos con cada célula de nuestro cuerpo. Nos volvemos reales ante nosotros mismos. Nuestras tensiones internas, nuestros conflictos, nuestro dolor y sufrimiento se vuelven reales y son percibidos realmente.

¿Cómo ser, cómo hacer a partir de este contacto con uno mismo? El sentido de la vida está grabado en cada una de nuestras células. Aunque nuestra mente consciente se sienta desorientada y confundida, nuestras células no han perdido el sentido de la vida -salvo las cancerígenas, que son células que se han vuelto locas, que confunden el norte con el sur y, en vez de proteger la vida, la destruye. El cáncer es la enfermedad típica de una sociedad que ha perdido el sentido de la vida. Cuando una civilización gira en círculo vicioso, cuando se engolfa en una autocontemplación narcisista, cuando la sensación de que la vida no tiene sentido se apodera de la gente, la sabiduría natural de nuestra propia biología se ve alterada. Las funciones fisiológicas, la sabiduría de los órganos internos, de los tejidos, de las células, de las moléculas se ven alteradas. El principio de la vida es el principio rector de toda la actividad, biológica, corporal, química, eléctrica, electromagnética, emocional, intelectual y espiritual. Este principio rector es el eje del mundo, el arbor mundi, el árbol del mundo, el árbol de la vida. Si el eje del mundo no está claro, si la dirección no está clara, entonces … hacia dónde ir. Si no hay principio rector que unifique la totalidad de lo que somos como seres humanos, cada célula puede seguir su propio camino; cada órgano puede funcionar según le parezca; la actividad emocional puede disociarse de la intelectual, etc. Resultado de ello es que hacemos cosas que no queremos y no hacemos las que queremos. Surge el disfuncionamiento. Y, al final de este camino, el milagro de la vida se rinde a la disgregación. Esto es el cáncer: disgregación prematura de la vida por falta de principio rector, o por falta de coherencia interna con un principio rector existente.

Los principios por los que se rigen la mayoría de las civilizaciones han sido impuestos a sangre y fuego por los poderes políticos, militares o religiosos a una población adocenada. La mayoría de los principios de lo que pomposamente llamamos civilización han sido impuestos mediante la coacción, la violencia y el asesinato.
Hoy día la civilización occidental está en crísis. Todos los valores han sido relativizados; las ideologías han muerto; los grandes sistemas religiosos de la antigüedad ya no satisfacen a la mayoría; la política está muy deteriorada ante los ojos de los ciudadanos. Es una época convulsa que contiene en sí los gérmenes de un gran renacimiento del espíritu humano y, al mismo tiempo, las semillas del caos y del sálvese quién pueda.

¿Qué camino seguir? ¿Qué orientación tomar? El nihilismo se extiende como una plaga. Muchos son los que sienten que no hay futuro, no hay sentido. Cada uno trata de sobrevivir como puede. El individualismo, es decir, la salvación individual como único credo, corroe, como un cáncer, el tejido social. No hay fin común. El individualismo, como creencia en la exclusiva salvación individual, impide que los seres humanos nos unamos en pos de un fin común. El individualismo es una disgregación del tejido social.

Hoy casi nadie quiere entregarse a ninguna causa que no sea la suya propia. Yo y lo mío es lo primero. Estamos perdiendo el sentido del consenso, del trabajo en común en pos de una meta compartida y beneficiosa para todos. Necesitamos aunar esfuerzos individuales con el fin de crear un cuerpo mas grande y generar un tipo de vida más amplia y más rica en sentido profundo. Solos no somos nada ni nadie. Juntos, nuestras vidas individuales adquieren verdadero sentido. No obstante, el individualismo crece y crece como un cáncer social. Este es uno de los aspectos más negativos que nos llega de la influencia norteamericana, (a su vez, la cultura norteamericana actual es hija directa de los valores de la revolución francesa, desarrollados muy unilateralmente en su aspecto de «derechos individuales», y olvidando su contrapartida de «responsabilidades individuales»).

Las ultimas previsiones de las inmobiliarias en las grandes ciudades nos dicen que ya no es rentable construir pisos de tres y cuatro dormitorios, con cocina grande, con salón grande, con dos cuartos de baño, etc. Esto ya no se vende. ¿Qué es lo que se está vendiendo más? Pequeños apartamentos de un dormitorio, una cocinita, un baño y un saloncito. Es decir, viviendas individuales. La tendencia es hacia un aislamiento cada vez mayor del individuo, de un individuo desconfiado. ¿Tiene esto sentido? Esto un gran problema.

Yo no poseo el sentido de la vida general para todos. Ningún individuo tiene el sentido completo de la vida. El sentido general de la vida surge de nuestras interrelaciones, cuando todos vibramos al unísono en una nota común. Esto funciona como una orquesta. Una sinfonía no puede ser interpretada por un violín solitario ni por un contrabajo solitario ni por un tambor solitario. Así carece de sentido y de riqueza. Es cuando todos los instrumentos vibran juntos en armonía que aparece la belleza de la música sinfónica. Nuestra vida es así.
En un marco como el del templo Luz Serena, durante una sesshin como ésta, podemos llegar a sentir profundamente esta realidad. No se trata solo de entenderlo o estar de acuerdo o en desacuerdo, sino de sentirlo, de experimentar cómo el resultado de la fusión de nuestros esfuerzos es mucho más que la suma de nuestras individualidades. Lo que surge es algo nuevo, un fenómeno nuevo, un nuevo estado de conciencia más amplio y expandido.

Desde el punto de vista del budismo, todos somos parte de un gran todo, y el sentido verdadero de nuestra existencia sólo puede surgir cuando nos unificamos con ese todo. Al mismo tiempo, dado que formamos parte de una realidad holográfica, cada uno de nosotros tiene toda la información del sentido global del todo y del propósito de la vida universal. Tenemos que buscar y encontrar esa información. ¿Dónde? Dentro de nosotros mismos, dónde si no. En esto consiste la práctica de la meditación. Practicar zazen es profundizar cada vez más en el sentido de la vida, en el sentido que la vida tiene para uno mismo.
Si tuviéramos que encontrar un consenso acerca del sentido global de la vida, ¿cuál sería? Personalmente siento que podría ser el propósito de ser feliz, real y verdaderamente feliz. Sea como sea que cada uno entienda o imagine la felicidad, todos los seres humanos, animales y vegetales queremos ser felices. Esto es, ninguno queremos sufrir, ninguno queremos que se nos infrinja daño. De aquí podríamos deducir un derecho universal: Todo ser sensible tiene el derecho de no ser dañado. Y paralelamente una responsabilidad universal: Todo ser sensible tiene la responsabilidad de no causar daño. ¿Podríamos encontrar un propósito común? Siento que sí podemos. Algo así como «no hagas a los demás lo que no te gustaría que los demás te hicieran a tí mismo. Haz a los demás lo que te gustaría que los demás te hicieran a tí mismo». Esto es enormemente simple y, al mismo tiempo, enormemente complejo.

Si tenemos claro es el sentido de nuestra vida y si enfocamos todos nuestros recursos, nuestra inteligencia, nuestras emociones, nuestros bienes materiales en la dirección que nos dicta este sentido, entonces podemos vivir y morir sintiendo que hemos vivido una vida auténtica, acorde a nuestra propia conciencia.

Mi sentir es que el sentido subjetivo de la vida, experimentado en lo más profundo de la propia interioridad, es el eje espiritual necesario para poder elaborar ese «programa mental y emocional» que nos permitirá ordenar la masa de información a la que tenemos acceso.
Somos seres conscientes, dotados de la capacidad de reflexión, y es inherente a nuestra naturaleza el cuestionarnos el sentido de nuestra existencia. No podemos vivir como si nuestra existencia no tuviera sentido.
¿Trabajamos para comer o comemos para trabajar? ¿Trabajamos para vivir o vivimos para trabajar? ¿Necesitamos bienes de consumo para sobrevivir o sobrevivimos para obtener bienes de consumo? ¿Para qué, por qué?

La pregunta sobre el sentido de la existencia es inevitable para los seres humanos. Casi todos hemos tenido alguna que otra crísis existencial en nuestra adolescencia o juventud. Crísis casi nunca resuelta y que continúa larvando nuestra energía vital por debajo de esa capa de pragmatismo con la que nos hemos visto obligado a ocultarla. Nos hemos visto obligado a adaptarnos a un sistema que nos enclaustra en una cadena de producción y consumo, producción y consumo, que raramente nos permite levantar la cabeza y reflexionar en conciencia. A causa de ello, a fuerza de no clarificarlo, hemos perdido el sentido de la autenticidad. Cierto es que estamos sobreviviendo, pero... ¿para qué? Finalmente, para morir.

Sólo podemos encontrar el sentido real de nuestra vida desde la conciencia de nuestra mortalidad. Es la muerte la que da el verdadero sentido a la vida humana. En el zen se dice que el asunto esencial para todos nosotros es el clarificar la naturaleza del yo que muere. Esto es clarificar la naturaleza de la muerte, de nuestra propia muerte.

Sin embargo, la muerte tiene muy mala prensa en las modernas naciones opulentas. Huimos de la conciencia de nuestra propia mortalidad como de la peste. No queremos saber nada de la muerte. Nos da miedo, nos asusta. Queremos echarla fuera de nuestro campo de conciencia. Soñamos con crear una vida libre de muerte. Nos soñamos eternos.
Cuando tratamos de arrojar la muerte fuera de nuestra vida, la vida pierde todo su sentido. En la mayoría de las civilizaciones llamadas primitivas por Occidente, la conciencia de la muerte es algo muy cotidiano. En Japón, donde se da una curiosa simbiosis de tradición y posmodernidad, vida y la muerte están mucho más conectadas, no hay una clara separación entre el cementerio y el pueblo. Los cementerios están en medio del pueblo, las casas están dentro del cementerio. Puede que hayan entre tres y cuatro tumbas entre casa y casa. En algunos casos, la gente que va a visitar un familiar tiene que atravesar un cementerio,. Así, de paso, pueden saludar a sus antepasados. Sus antepasados están allí, presentes de alguna manera, viviendo con ellos. La muerte vive en medio de la vida.

Nosotros situamos el cementerio fuera, lejos del pueblo. Lo cercamos, no vaya a ser que se salga algún muerto. Tenemos miedo de los muertos, tenemos miedo de la muerte. Los muertos nos recuerdan que la muerte forma parte de nuestra vida. Antiguamente se dejaba el cadáver varios días en la casa antes de enterrarlo. Aunque oliera. Hoy lo enterramos lo antes posible. No soportamos los cadáveres. No soportamos contemplar el rostro marmóreo de la muerte. Maquillamos los cadáveres para que parezca que están vivos. Tratamos de arrojar la muerte fuera de la vida. Y al hacerlo, nuestra vida pierde sentido.

El sentido de nuestra vida no puede ser percibido sin la perspectiva de nuestra muerte. Sucede lo mismo cuando vivimos en un valle: carecemos de perspectiva amplia. Pero si ascendemos a la montaña más cercana, entonces un amplio horizonte aparece ante nosotros.
¿Por qué tenemos miedo a la muerte? ¿Qué es lo que nos asusta tanto de la muerte? En realidad sabemos muy poco de la muerte. Sólo nos hacemos algunas ideas al respecto. No recordamos haber tenido antes la experiencia de la muerte y nadie ha vuelto de ella para decirnos exactamente qué sucede. No sabemos cómo es eso de morirse. Tan solo vemos cómo los demás se mueren, se quedan tiesos, pálidos, dejan de hablar, no pueden comer chocolate con churros, ni responder al teléfono, dejan de contar chistes. Conocemos algunos síntomas externos de la muerte, pero sobre la experiencia subjetiva lo ignoramos casi todo. La muerte de alguien es vivida como una pérdida. No obstante, no sabemos cuál es la experiencia subjetiva del que se está muriendo o del que se ha muerto. Para saberlo tendríamos que morirnos. De eso se trata. Para contemplar el sentido de la vida, tenemos que mirar nuestra vida desde el punto de vista de nuestra muerte.

El maestro Deshimaru decía que si uno se moría una vez conscientemente, ya no tendría que morir nunca mas. Esto es zazen. No hace falta esperar a la muerte biológica. Podemos experimentar la muerte en zazen. De hecho, zazen es un entrenamiento a la experiencia de la muerte. No puedo decir esto a menudo porque, si así lo hiciera, nadie querría tener la experiencia de zazen (risas). Pero ahora estamos en una sesshin de segundo nivel y puedo decirlo (risas).

Al estado de conciencia propio de zazen se le llama samadi. Samadi es un estado muy similar al de la muerte,. Samadi es lo más cercano a la muerte que podemos experimentar sin estar realmente muertos. Con el entrenamiento adecuado podemos ralentizar, casi detener, nuestras constantes vitales hasta alcanzar un nivel exteriormente parecido al coma. Pero ésto no se consigue de un día para otro. Necesitamos práctica y entrenamiento, nivel tras nivel, poco a poco. Ahora, durante esta sesshin, estamos creando las condiciones idóneas que nos permitan profundizar en esta experiencia. Si continuamos y somos perseverantes, sin lugar a duda, alguno de nosotros penetrará en un samadi suficientemente profundo como para experimentar la muerte conscientemente. Estos es lo que hacían los practicantes y los maestros zen del pasado: explorar la muerte.

Esto os puede sonar muy mal, muy negativo. La muerte tiene una connotación muy negativa para muchos de vosotros. «¿Conocer la muerte? ¡Qué horror!»

En cierta ocasión un hombre fue a ver a un maestro de no se qué tradición y le dijo:
-»He oído que cuando crucificaron a Cristo en la cruz, un poco antes de morir dijo: ‘Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen’ ¿Cómo es posible que una persona clavada en la cruz, con una corona de espinas en las sienes, con los huesos quebrados con unos dolores terribles, pueda tener ese estado de conciencia?»
El maestro le dijo:
- «No tengo ni idea. Tal vez Jesús el Cristo no sentía dolor en ese momento. Mira te voy a responder de otra manera. ¿Ves aquel coco verde que está allí? Tráelo y trata de abrirlo rompiendo la cáscara pero sin tocar la pulpa».
El hombre fue hacia el coco, lo cogió, volvió con él y trató de abrirlo como le había dicho el maestro. Al cabo de un rato, exclamó:
-»¡Es imposible! Si rompo la cáscara, rompo la pulpa».
El maestro le dijo: «¡Ah, bueno! Bien. En ese caso tráeme aquel otro que parece más maduro e inténtalo con él»
El hombre hizo lo que se le dijo y, en efecto, rompió la cáscara sin que la pulpa fuera tocada. El maestro le dijo entonces:
-¡Ya he respondido a tu pregunta!
El hombre, confuso, le confesó que no entendía nada. Entonces el maestro le hizo la siguiente aclaración:
-»¡Mira! El cuerpo es la cáscara, la pulpa es la conciencia. En el coco verde la conciencia está pegada a la corteza, pero en un coco maduro, en un ser más maduro, la conciencia ya se ha despegado de la corteza. Esta es la razón por la que la corteza puede ser abierta sin que la pulpa se vea afectada. El cuerpo de un ser maduro puede ser quebrado, mientras la conciencia permanece intacta».

Este es el sentido de nuestra práctica: para aprender el sentido de la vida, tenemos que entrar en la experiencia de la muerte. Sólo cuando descubramos qué es lo que realmente muere y qué es lo que permanece, podremos comprender el sentido de la vida.
Ahora que estamos vivos nos identificamos con nuestro cuerpo, con esta cáscara, con las emociones, con las sensaciones, con los pensamientos. Cuando alguien muere, vemos que su cuerpo muere. Al estar identificados con el cuerpo creemos que el Yo muere también. Y entonces surge el miedo a desaparecer, a dejar de ser.

El sentido de la vida se vuelve claro cuando realizamos que nuestro verdadero ser no es el cuerpo. Nuestra naturaleza de Buda no es el cuerpo, no son las emociones, no son los pensamientos. ¿Entonces qué es? Esto es lo que hay que descubrir. El sentido de la vida surge cuando descubrimos que somos un principio de conciencia, un principio de luz, luz, conciencia luminosa. Somos luz.

El samadi de zazen es pues sinónimo de muerte. Incluso en muchos países de Oriente, nirvana significa popularmente muerte. Cuando alguien muere en el mundo budista oriental se dice que ha entrado en el nirvana. En muchas zonas de la India, se emplea el término samadhi para designar las tumbas. Samadhi es entrar en estado de muerte. Es importante entender ésto. Muchos creen que zazen es una especie de técnica de meditación cuyo objetivo es obtener mayor poder mental, mayor poder de concentración, etc. No es nada de eso. Durante zazen debemos abandonar toda expectativa, como con la muerte. Debemos soltar la identificación con el cuerpo, con las emociones, con las sensaciones, con los pensamientos, con los juicios, con las conceptualizaciones. Zazen es soltar, soltar, soltar ... soltarlo todo, capa tras capa, hasta el despojamiento total. A esta experiencia capital de despojamiento se la llama en el zen shin jin datsu raku, abandono del cuerpo y de la mente, es decir abandono de la apariencia psico-física, abandono del ego.

Cuando abandonamos cualquier identificación con cualquier forma sensible o perceptible, entonces un amplio panorama se abre delante de nosotros y el sentido de nuestra existencia se vuelve mucho mas claro que cualquier objeto que podamos ver a la luz del día. Aparece como una certitud que quizás no pueda ser verbalizada o articulada por el lenguaje o por la mente conceptual, pero que está ahí, y transpira a través de todos los poros de nuestra piel, de todas las células de nuestro cuerpo. Es entonces cuando podemos unificarnos con el sentido de nuestra vida. Nos volvemos impecables y auténticos, de una sola pieza, con un solo espíritu. Entonces podemos ser justo lo que somos, estar justo donde estamos, desempeñando la posición kármica que tenemos como función. Somos sin más, sin lugar a dudas, sin ningún tipo de dudas. A ésto es a lo que se le llama vida en el zen.

El verdadero sentido de la vida es aquel que nos permite vivir una vida plena, una gran vida. Es inútil intentar «dar» sentido a nuestra vida. Nuestra vida ya tiene su sentido, de lo contrario ni siquiera hubiéramos nacido. Lo que nos corresponde es «descubrirlo». ¿Dónde? ¿Cómo? En la experiencia de la misma muerte. Para ésto no es necesario alistarse en la Legión y hacerse novio de la muerte. No se trata de que tengamos que volvernos temerarios o suicidas. Basta con practicar meditación zen, ya que la esencia de la meditación zen es explorar y profundizar en la experiencia del abandono de sí.

La experiencia de la muerte abre paradójicamente las puertas de la vida. El miedo a la muerte implica miedo a la vida. Si tenemos miedo a la vida no podremos vivirla plenamente en su mayor amplitud. Los seres humanos no podemos conformarnos con una pequeña vida. Esto no nos hace felices. Somos seres conscientes y aspiramos, lo sepamos o no, a desarrollar totalmente el potencial de nuestra conciencia. Huyendo de la muerte sólo encontramos una pequeña vida. Si perdemos nuestro tiempo tratando de defender nuestra pequeña vida nos convertimos en semi-vivos, en muertos vivientes. En este estado vivimos en un semi-sueño, ni vivos ni muertos, ni muertos ni vivos. Perdemos nuestro tiempo dando vueltas y más vueltas en la rueda del samsara, en la rueda de la búsqueda de satisfacción que conduce a la insatisfacción y a una nueva búsqueda de satisfacción ... sin encontrar el verdadero sentido de lo que hacemos.

Es importante que asumamos la aspiración de experimentar conscientemente la muerte. Cada zazen es una muerte consciente, una práctica de soltar consciente. Tarde o temprano vamos a tener que soltarlo todo, querámoslo o no, por las buenas o por las malas. Por lo tanto, si podemos aprender a hacerlo por las buenas, conscientemente, esta práctica se volverá una fuente de beneficios para nosotros y para todos los que nos rodean.

En el zen se habla de distintos niveles de dhyana, o absorciones, samapatti, o arrobos. Estos dhyana y samapatti son puertas de entrada al nirvana, a la muerte consciente. Son escalones progresivos en el proceso de la muerte consciente.

Es pues muy importante que podamos crear buenas condiciones que nos permitan acceder a esta experiencia.

En Luz Serena estamos creando estas buenas condiciones para que podáis venir y experimentar algo definitivo. El esfuerzo coordinado de todos nosotros es lo que permite la generación de buenas condiciones. Buenas condiciones son: buenas relaciones humanas, dedicación, entrega, medios económicos para construir habitaciones. La existencia de un maestro cualificado es también una condición imprescindible, así como oír y practicar las enseñanzas del maestro.

Debemos crear las condiciones adecuadas que nos permitan acceder al samadi. La experiencia del samadi no se puede improvisar. El maestro da enseñanzas, traza mapas. También necesitamos un lugar que nos proteja del frío y del calor excesivos, de la lluvia. Tenemos que construir algo. Para construir hace falta energía, dinero, ideas, diseño. Alguien tiene que trabajar, alguien tiene que limpiar los cristales, preparar los alimentos, desbrozar los caminos, poner piedra sobre piedra ... Esto es lo que estamos haciendo en el templo Luz Serena. ¿Entendéis? Lo que estamos haciendo aquí tiene un sentido, un sentido muy profundo. No estamos construyendo un chalet para pasar los fines de semana en el bosque. Estamos creando un lugar sagrado donde, gracias a la práctica del samadi, podamos conectar con el sentido profundo de la vida y ayudar a los demás a que hagan lo mismo.
Millones de personas se consumen inútilmente en el fuego de la vida sin encontrar un sentido a lo que hacen. Malgastan sus cuerpos, sus energías vitales corriendo detrás de sueños.

Esto es lo que tenía que deciros en la tarde de hoy. Muchas gracias por vuestra atención.

(1) Sesshin es un periodo de práctica intensiva de zazen. Puede durar dos días, una semana, un mes o tres meses.
(2) Koan es una frase enigmática que los maestros zen de la escuela rinzai entregan a sus discípulos para que mediten sobre ella y encuentren una respuesta apropiada.

Del libro "Fluyendo en el presente eterno"
Dokushô Villalba
Miraguano Ediciones, Madrid

2 comentarios:

  1. Maravillosa la exposición, sin palabras....
    Para mirar y analizar desde distintas opticas, la conciencia, el sentido de la vida, la muerte.
    Gracias!
    Un abrazo
    Maria de los Angeles

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  2. Demasiadas palabras. A partir del "Baba wawa" me pierdo... Con todo mi respeto!!!

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